Hace casi un año que la pandemia del virus SARS-Cov-2 comenzó al otro lado de nuestro maravilloso mundo. Un año en el que hemos visto con cierta incredulidad como, poco a poco, una enfermedad ha ido llegado a todos los rincones del mundo para trastocarlo todo. Familias destrozadas moral y económica, negocios que tienen que cerrar, un panorama político ridículo y una crisis social sin precedentes. Pero de todo esto se ha hablado, y se seguirá hablando, a diario. Pero hoy quiero centrarme en las competiciones deportivas, que también se están llevando su parte. Tanto los organizadores como los corredores.
Ya en marzo empezamos a ver como competiciones de renombre del panorama nacional fueron suspendiéndose con mucha antelación, como Ehunmilak que se corría en julio. Incluso los Juegos Olímpicos de Tokio de verano se aplazaron. Algunos organizadores intentaron agarrarse a la esperanza hasta el último momento, como el Ultra Trail Bosques del Sur. Y otros que incluso se atrevieron a organizarlo todo en plena pandemia para terminar cancelando la prueba el día de antes, como hizo Eurafrica el fin de semana pasado. Y es que han sido tiempos duros y de incertidumbre para todos los organizadores de eventos deportivos.
Pero alguien tendrá que asumir el riesgo, ¿No? De lo contrario nos veremos los próximos años, hasta que se acabe esta pesadilla, sin ninguna competición en el calendario. ¿Y qué hay peor a que cancelen carreras? Pues que no simplemente no haya ninguna carrera que correr. Qué igual es también lo que debería de ocurrir hasta que no se aclare un poco todo este asunto. ¿Deberíamos todos mentalizarnos de que no habrá competiciones en dos o tres años? Hay quien piensa que no es momento de pensar en competiciones porque hay cosas más importantes de las que preocuparse. ¡Y tienen razón!. Pero también hay quien piensa que si estamos en una época en el que la propagación del virus está bajo control y se dan las medidas sanitarias y de seguridad adecuadas, se deberían poder realizar estas competiciones. ¡Y también tienen razón! Porque tenemos que, en la medida de lo posible, seguir con nuestras vidas a pesar de la pandemia. Entonces ¿Qué hacemos? ¿Animamos a los organizadores a que asuman el riesgo o, por el contrario, les invitamos a no organizar nada hasta el 2022? Y aquí es donde está el dilema.
Si animamos a los organizadores a que corran el riesgo, además de los quebraderos de cabeza de organizar una carrera en estas circunstancias, cuando no tengan más remedio que cancelar les lloverán críticas por todos lados. Qué si no son momentos de organizar carreras… que son unos irresponsables porque ya se sabía lo que iba a pasar… qué solo piensan en el dinero… La misma cantinela de siempre, que ya nos conocemos a los valientes que critican detrás de un ordenador. Pero es que si no corren este riesgo ocurrirá más o menos lo mismo. Qué solo piensan en el dinero en lugar de invertirlo en la seguridad de los corredores… que no corra el que no quiera y nos dejen a los demás en paz…
Yo, personalmente, animo a los organizadores a que se arriesguen, pero que sean previsores y que no dejen nada al azar. Que dejen bien claro, por adelantado, que el solo hecho de empezar a organizar una competición ya cuesta dinero y, que es muy probable, que en el caso de cancelación por confinamiento solo se va a devolver una parte de la inscripción. De estas forma los corredores también se unen a la aventura del organizador y asume una parte de su riesgo. Por otro lado, incluir en la partida del presupuesto todo lo que tenga que ver con la seguridad de los corredores, eliminar la paellas, u otros eventos paralelos, que reuna a corredores y familiares, evitar tramos del recorrido que formen tapones, etc. Y que si no lo ven claro, que lo dejen para el 2022, o el 2023, como ya anunció Ehunmilak, que no se correrá en el 2021 para la pena de todos.
Pero, ¿Y los corredores? ¿Qué hacemos entonces? En el próximo artículo hablaremos de ello.