Cruzar la meta fue el catalizador de esta gran aventura. Un sentimiento insignificante para el espectador, pero muy grande para el corredor. Cruzar la meta es nuestro objetivo número uno. Es el deber cumplido. Es la recompensa de tantos meses de entrenamiento. Cruzar la meta es ganarle la batalla a nuestros miedos. A nuestra falta de confianza. A nosotros mismos. Cruzar la meta son los fuegos artificiales que clausuran una fiesta. Es el colofón final de una obra maestra.
Cruzar la meta es la delgada linea que separa el éxito del fracaso.
Mi mujer siempre me pregunta si realmente me merece la pena tanto sufrimiento. Tantas horas corriendo, con el corazón a punto de salirme por la boca, a cambio de un poquito de gloria. Tantas horas de entrenamiento sacrificando pasar más tiempo con familia y amigos. Sacrificando algunas comidas. Y algunas noches por tener que madrugar para salir a entrenar. Y aunque se lo intento explicar, una y otra vez, nunca encuentro las palabras adecuadas para describir por qué demonios lo hago.
Pero lo vuelvo a hacer año tras año. Con objetivos todavía más ambiciosos. Y no es que sea un adicto a los deportes de resistencia, ni mucho menos. Es simplemente que decidí convertirlo en mi filosofía de vida. Porque me permite llegar donde nunca antes había llegado. Allí donde solo los seres humanos más extraordinarios se atrevieron a llegar primero. Y yo, con cada reto que consigo, me siento cada vez más extraordinario. Más capacitado. Más auténtico. Más motivado. Más respetado.
Pero nunca es fácil. Desde que se da el pistoletazo de salida la soledad se abraza a ti. Tus grandes miedos aparecerán y los demonios correrán a tu lado. Durante el camino te cruzarás y pelearás mil veces contigo mismo. Pasarás del regocijo al sufrimiento en un instante. Te caerás y te levantarás mil veces. Dejarás de creer en ti y cuestionarás tu maravillosa filosofía de vida. Experimentarás sentimientos que jamás creerías que existirían. Y un sin fin de cosas más que son imposibles de explicar con palabras.