Reflexión

¿Merece la pena tanto sacrificio?


El 1 de noviembre de 2018 te inscribes a una carrera de 100 millas el próximo 1 de marzo de 2019. Con 4 meses por delante, te sientas y planificas cuidadosamente cada semana de entrenamiento. Quieres llegar en un buen estado de forma que te permita correr las 100 millas con una buena marca. Entorno a las 25-26 horas. Durante 4 meses vas buscando tiempo donde no lo hay, porque el día está lleno de miles de obligaciones laborales y familiares. Tienes que salir a correr a las 11 de la noche, o levantarte un sábado a las 4 de la mañana para ir a la sierra a entrenar y poder llegar a casa temprano. O solo puedes entrenar 45 minutos de los 90 que tenías planificado. Y es que si es duro entrenar para correr 100 millas, mas duro es ser padre de mellizos. En serio.

Pero además de eso, durante 4 meses vas estudiando y entrenando cada tramo del recorrido. Planificando, y también entrenando, la comida durante carrera. Alquilas con antelación una casa cerca del evento. Organizas a los acompañantes/familiares que te van a seguir durante 25 o 30 horas con instrucciones precisas de lo que te tienen que dar en cada punto de avituallamiento. No quieres dejar nada al azar. Esta será la carrera de tu vida.

Llegas al arco de salida con los nervios a flor de piel. Todo está en orden. Frontal. Batería de repuesto. Membrana. Manta térmica. Comida. Todo en su sitio. Sales como un cohete para posicionarte y no tener tráfico en los primeros senderos. Te encuentras bien y vas tirando y remontando posiciones hasta encontrarte solo y distanciado de los que vienen por detrás. ¡Genial! Ahora solo te queda poner la velocidad de crucero y disfrutar del resto de la carrera. Pero… ¡zasca! Golpeas una piedra puntiaguda con el dedo gordo del pie y del dolor no puedes apoyar el pie completo en el suelo. Tragedia. Te tienes que retirar en el kilómetro 60 porque cada paso que das es insoportable.


Esto es precisamente lo que me ocurrió el pasado fin de semana en las 100 Millas Sierras del Bandolero. Después de tanta preparación tuve que abandonar por una lesión en el dedo gordo del pie. Y es que este deporte, el trail de ultra distancia, es muy agradecido en muchos aspectos, pero también muy desagradecido en otros.

No fue culpa de la planificación, ni del estado de forma físico, ni del calzado. Fue mala suerte. Y es que una carrera por montaña tiene todos los ingredientes para acabar lesionado y si además le sumas la ultra distancia, estarás más tiempo expuesto a estos riesgos. Pero esto es así y es necesario que sea así. Es parte esencial de este deporte. De hecho, no fui el único que abandonó por el mismo motivo. Ni en esta, ni otras muchas carreras por montaña. Es el pan de cada día del corredor de montaña.

Momento en el que me enfrento a mi enemigo que me deja fuera de combate (Fotografía Juan Gutiérrez)

Es un escenario desolador. En ese momento en el que decides abandonar dejas de tener frio. Tampoco tienes calor. Ni hambre. Ni estás cansado. Tampoco estás cabreado. Estás solo. A pesar de estar rodeado de gente de la organización y otros corredores ofreciéndote ayuda, realmente no les estás escuchando. Un vacío te envuelve y te quedas totalmente solo. Con tus pensamientos. Y empiezas a pensar que no merece la pena tanto sacrificio. Que le estás fallando a tu familia que te acompaña este fin de semana para verte entrar triunfal por el arco de meta. Que le estás fallando a tus hijos por robarles unos minutos al día para entrenar. A tu mujer que tiene que ir a las 3 de la mañana a recogerte en el quinto pino. Y tienes razón, no merece la pena tanto sacrificio…

Hasta que te levantas al día siguiente y empiezas a valorar esos 60 kilómetros que has corrido. Que no es ir a comprar el pan a la esquina, son 60 kilómetros, de los cuales 40 eran senderos técnicos. Ves que en el kilómetro 30 ibas el 16 de la general, y que te mantuviste entre los 20 primeros corredores hasta que tuviste que abandonar la carrera. Ves que el plan de comida funcionó, aunque con un par de retoques funcionaría mucho mejor en la próxima carrera. Ves que las subidas son tu punto fuerte, pero que en las bajadas estás mejorando muchísimo, a pesar de haber sido conservador para guardar piernas. Ves que los entrenamientos nocturnos dieron resultado porque ahora eres mucho más rápido y ágil corriendo por la noche. Ves que el plan de entrenamiento que has diseñado dedicado a la ultra distancia funciona, ¡y muy bien!. Ves que todo lo que has planificado ha funcionado. Pero lo mejor de todo es que esa experiencia no se va por el desagüe. Ese conocimiento y el estado de forma en el que estás se quedan contigo como base para el próximo reto. Y de repente, todo tu mundo que era gris se torna multicolor. Con una sonrisa de oreja a oreja, y el dedo del pie dolorido, ya te ves corriendo los próximos 102 kilómetros dentro de 3 meses en el Ultra Trail Bosques del Sur.

¿Merece la pena? ya te digo yo que si. Cada minuto entrenando en la sierra merece la pena. Poder disfrutar de ver amanecer entre dos montañas, u oír únicamente el canto de los pájaros. Parar a echar una foto a un pueblo desde las alturas. Estudiar y planificar con esmero cada semana de entrenamiento. Llegar a la carrera con los deberes hechos y con muchísima ilusión.

Quien corre por la montaña lo hace por pasión. Nadie le obliga a estar ahí, en un terreno tan hostil. Corre porque le hace sentir que está vivo. Corre por diversión. Corre porque siente la necesidad de superarse. De romper esas cadenas que le hacen estar atados al sofá sin asumir riesgos, como el resto de los mortales. Corre para tocar el cielo con los pies en la tierra. Corre para encontrarse a si mismo. Para encontrar sus límites. Corre porque quizás el día de mañana no pueda seguir haciéndolo. Corre porque quiere ser único y grande. Corre porque simplemente puede y quiere. Y eso, queridos amigos, y amigas, hace que el sacrificio merezca mucho la pena.

Fotografía de cabecera de Juan Gutiérrez

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